Crítica a Madre o Selva
por Soledad Suarez
Digamos que si algo se aleja mucho -pero mucho- de lo que sigue, es la torpe ansiedad obsesiva de nombrar, por fin por fin, la totalidad. Qué es madre o selva.
Y - que quede claro, es importante-: se aleja ella, no yo.
La muy obscena –morbosa, sí, toda ella- se niega rotunda y burlonamente a la ofensa quirúrgica de la clasificación al detalle. Con clausuras no jodamos, gente. No le caben y uno… bueno, uno simplemente se acostumbra.
Balbuceo, entonces. Sí así viene la mano, habrá que ver qué onda.
Hay algo de auténtico destiempo en casi todo lo que pasa. Ahí, sonriendo estúpidamente. O cruzando las piernas tibias con demasiada frecuencia, casi con excesiva inquietud. Ahí, mirando, quiero decir. Y también después. Ahora mismo. Todo lo que está cerca de madre o selva tiene un dejo de hermosa inexactitud.
Podría ponerlo así: en cada escena lo que pasa y lo que casi-pasa se buscan promiscuamente, todo el tiempo. Y ahí, en la grieta, se empieza a encontrar un placer perverso en la impureza, en el casi, en esa especie de vapor inconcluso que poco a poco comienza a ser muchísimo mejor que cualquier bienestar acabado. Se te escapa, cada vez, justo cuando crees encontrarla resbala y no, por ahí no era, vuelta a empezar y volver a perderla.
Puedo decir, también, muchísimo menos: es como si les importaras un carajo, a todos. A los actores, a cada puta línea del texto. Lo que pasa ahí podría no pasar. Madre o selva podría no ser. Y sin embargo justamente ahí, en eso que tiene muy poco de necesario, las cosas pasan y son muchas y van a pasar estés o no estés, te guste o no (claro que si no estas no pasan, imagino que no hay obra sin espectador y toda la bola, los muchachos laburaron mucho y está muy bien pagar la entrada que lo vale absolutamente, y la mar en coche, pero mucho más allá).
No importa si jugaste rol. No importa si fumaste porro, o si te gusta muchísimo el teatro. No importa mucho tampoco qué mierda está sucediendo. La piba sale del baño y casi que te avisa: esto da un poco de miedo, loco, un miedo erótico, dulce. Un miedo bobo. O no. No da miedo. Da risa. También da risa. Y además te excita un poco. La pibita, pero también todo lo demás. O más aún todo lo demás.
Es la forma que tienen –y son buenos, muy buenos- de decir cada línea del texto, cada parte. Un toque pasada de mambo, o quedándose un poquitito corta. Todos los gestos, todos los movimientos, siempre un poco más allá o más acá de lo que podría esperarse. Como una burla, un guiño, o un dialecto estúpido. Es difícil decir. Y por eso mismo.
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