domingo, 28 de octubre de 2007

Crítica en La Nación

LANACION.com
Sábado 27 de octubre de 2007 | Publicado en la Edición impresa

Una espiral que desafía a los espectadores

No es fácil adentrarse en esta obra en la que lo absurdo se asocia con lo cotidiano y las diversas situaciones del hombre están dadas a través de un juego, por momentos caótico, del que surgen la hipocresía, la maldad, la mentira y lo más oculto del alma. Seis personajes -cuatro hombres y dos mujeres- transitan por diversas etapas en las que hay que descubrir lo que cada uno de ellos piensa del otro en un "puzzle" que cuesta armar para acercarse a los propósitos del autor.

La sala de una vieja casona del barrio de Almagro sirve de escenario para seguir los rastros de esos seres que encaran los roles que más le convienen, y así se van descubriendo de qué manera se construyen ficciones como sustituto de la realidad. Como director, Ezequiel de Almeida no necesitó nada más que un espacio casi despojado de elementos escenográficos -sólo una mesa, sillas, un maniquí y una computadora están a la vista del público- para insertarse en ese ir y venir de sus personajes que cambian de caretas a través de diálogos y de movimientos siempre dispuestos a sorprender y a manifestar el interior de sus personalidades.

La puesta en escena precisaba, para poder franquear la barrera de esta obra carente de una historia realista, de un clima que oscilara entre lo dramático y lo cómico, y Ezequiel de Almeida pudo sortear con soltura este elemento y dotar a su texto de la ambigüedad necesaria para mostrar a sus criaturas en diversos momentos en los que cada uno de ellos trata de ser el otro en torno de una espiral que habla de las envidias y de los deseos que los llevan a intercalar sus personalidades a partir de ese juego del que sobresalen casi todas las miserias en las que las partidas de dados son propicias para invocar a Dios o al diablo.

Un director sagaz

Seguramente, los espectadores se asombren en los primeros minutos de la pieza y les cueste bastante asociarse con lo que ocurre en el escenario, pero si logran esto no tardarán en comprender que Madre o selva se sustenta sobre la base de una idea original que retrata con angustia la existencia de los seres humanos en una búsqueda permanente de dejar de ser ellos mismos para transformarse en otros, que también buscan distintos rumbos que les trazó el destino.

El elenco respondió con calidad al desafío que les brindaba un texto tan cerrado en su propuesta, lo que permitió que la pieza avance en su propósito de mostrar desde el dolor más agudo hasta la sonrisa más complaciente. No menos acertada es la puesta de luces, y con estos elementos a su favor, la obra da paso a la discusión, al aplauso o a la negación de su valor. Sin duda, en su triple condición de escritor, director y actor, Ezequiel de Almeida se atrevió a concebir un tema que duele si se lo observa con atención y puede llegar a la incomprensión si se lo juzga con ojos poco avizores. Pero lo importante de lo que ocurre en el escenario es, sin duda, un desafío que no debe pasar inadvertido.

Adolfo C. Martínez

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